miércoles, 12 de febrero de 2014

MONTE EVEREST

Han pasado más de seis meses de haber regresado del monte Everest, y pienso que finalmente he asimilado lo que esa expedición significa en mi vida como escalador. Ha sido una oportunidad de renovar todas las ideas y motivaciones que rondan 24/7 en mi cabeza, de tener una luz clara de cómo  funciona mi cuerpo y mente en esas altura y sobre todo fueron dos meses de vivir momentos magníficos con gente excepcional.

En esta publicación quiero contar desde mi experiencia, cómo fue el proceso del viaje y el día de cumbre; con la visión de alguien convencido de que el éxito no se encuentra en un pequeño momento al alcanzar la cumbre; en verdad es el camino que recorremos y lo que hacemos posteriormente con todo ese cúmulo de experiencias adquiridas lo que construye el “logro”.
Entiendo que para muchos colegas cada vez que se tiene éxito en un proyecto, ese éxito se convierte en un trofeo que orgullosamente es exhibido como muestra de heroísmo y coraje; especialmente con esos logros que llevan adjetivos poderosos como “la montaña más alta”, “el/la primero/a” o “la escalada más difícil y peligrosa”, el objetivo de contar esta historia es transmitir mi sentir de que cada escalada es una aventura inmensurable en números o adjetivos, como la misma vida.

Pues bien, nuestro viaje comenzó a finales de Marzo del 2013, los integrantes de la expedición fuimos: Carla Pérez, Iván Vallejo-quien fué el jefe de la expedición-, Oswaldo Freire, Rafael Cáceres (Chapico) y mi persona, Esteban Mena (Topo). El proyecto fue concebido como parte de la planificación del equipo "Somos Ecuador" en el año 2013. El objetivo de la expedición era escalar el Monte Everest por la ruta normal en su flanco Norte: en el Tíbet, región en que los budistas llaman a la montaña Chomolungma, que significa Madre del Universo. Las reglas del juego fueron: intentarlo sin el uso de oxígeno suplementario, no contar con la ayuda de sherpas de altura al armar campamentos o realizar depósitos de equipo y sobre todo hacerlo como un equipo, juntos.

Personalmente, el tipo de escalada y montañismo que más me atrae es aquel que implica dificultad técnica y compromiso: ese navegar en grandes paredes, tratando de ubicar sabiamente las piezas de un inmenso rompecabezas vertical, y claro, buscando la gratificante sensación del vértigo… El monte Everest por la ruta que escogimos no tiene mucho que ver con lo antes mencionado, más bien la ruta transcurre por terreno caminable y cuando la geografía rompe en pequeños obstáculos, los años de escaladores buscando la cumbre han llenado esos escalones con cuerdas y escaleras de las que uno se aprovecha para subir, entonces: ¿Por qué fui?. Mis razones fueron dos principalmente: la primera fue la curiosidad y anhelo de experimentar el compromiso que significa llevar el cuerpo humano más allá de los límites que nuestra configuración genética nos permite (en la altura); y la segunda viene de cuando alguna vez escuché a un amigo casualmente comentar: “no existen atajos para la experiencia”. Esas palabras se convirtieron para mí, al regresar de la pared sur del Aconcagua, en una forma de concebir el siguiente trecho en mi camino; en el alma de soñar con la posibilidad de, algún momento, buscar ese mundo vertical en lugares donde el oxígeno es más rebelde que nunca. 

 En el camino a la Diosa Madre del Universo fui buscando abrir una nueva puerta en mi carrera como escalador y finalmente conseguí abrirla, pero lo más importante es que tuve la oportunidad de llevar mi percepción de la realidad a nuevas dimensiones.

25 de mayo, 2013; Campo 3, 8.300m.
00h00
He estado toda la noche esperando a que el despertador suene, impaciente de descubrir lo que la montaña tiene para nosotros; de alguna manera el significado de este día de cumbre ha cambiado para mí, ya no se trata únicamente de hacer un gran esfuerzo que en unas cuantas horas nos llevara al punto más alto de la montaña, ahora siento que se trata de dejar que la montaña nos conduzca a sus entrañas y, ojalá, nos traiga de regreso, llenos de vida.
La jornada de ayer aún resuena en mi cabeza; el solo pensar en tratar de preparar un desayuno e ingerirlo, ponerme las botas y comenzar la jornada acelera mi corazón; somos el único equipo que va a intentar la cumbre esta noche y eso me reconforta, el sentir que la montaña está solo para nosotros. Finalmente comenzamos a caminar y todo se sucede muy despacio, la paciencia y humildad que se necesita para escalar a esta altura es una lección que agradezco.

04h00
Hace algunos años vi por primera vez la foto de cuando Iván Vallejo llegó por primera vez a la cumbre del Everest, una de las cosas que más me llamó la atención es ver sus manos desnudas  mientras sostiene la bandera del Ecuador en la cumbre; gracias al destino, años después en una de tantas conversaciones sobre montañas, el mismo Iván me narraba lo hermoso de las condiciones climáticas aquel día; ahora no sé si es mi mente que juega conmigo o simplemente es un reflejo de la memoria pero esa imagen viene a mi cuando siento este viento helado en la cara; comienzo a preguntarme: Por qué la montaña no nos permite disfrutar de un día perfecto?; hace un frío tenaz y este viento es como sal en una herida, hace que el cansancio se sienta como nunca antes… tal vez es parte del mensaje. Me consuelo con la idea que ese mismo individuo de la foto esta ahora junto a mí, nuestros cuerpos están sufriendo pero de alguna manera extraña nuestros corazones están contentos.

05:00
Cuando pasamos junto a un extraño bulto envuelto en lo que parece ser un traje de plumas viejo, reconozco que es una forma humana… En el camino a cualquier cumbre uno se encuentra con toda clase de cosas, algunas son reales y otras imaginarias; algunas veces esos encuentros inspiran y son la energía que me motiva a continuar la escalada, pero en esta cumbre en especial, muchos de esos encuentros son desoladores; cuando paso junto al cadáver de algún colega que murió en su misión siento tristeza y vuelve a mi cabeza la pregunta ¿Por qué subir? Hay momentos en los que siento que no existe ninguna razón y simplemente se trata de una especie de atracción magnética, me siento como un pequeño tornillo arrastrado por un poderoso imán.
Paramos a tomar un respiro y me siento feliz de estar en este lugar con grandes amigos, tengo mucha suerte de poder compartir esto con gente buena. Junto a mí, Carla Pérez, mi compañera de escaladas y en la vida, se sienta y concentradamente respira mientras contempla el paisaje, en verdad que le admiro, existen cuatro mujeres en la historia que han logrado subir al Everest sin Oxígeno, una de ellas murió de cansancio al descender y todas lo hicieron después de algunos intentos. Trato de entender como se siente el ser mujer en estos lugares donde la vida escasea, creo que nunca lo lograré. Le agradezco por poder contagiarme con un poco de su pasión por estar aquí, compartimos un poco de agua y continuamos.

07:30
Estoy a 8.650m, más alto que cualquier otra montaña en el planeta y ahora la Diosa Madre del Universo nos enfrenta al momento más duro de toda la expedición. Hace un par de horas que la Carlita está teniendo problemas con el frío en sus manos, cuando le miro a los ojos siento en su mirada la desesperación de sentir como la circunstancias comienzan a hacernos pensar en la idea de dar vuelta atrás, después de algunos intentos fallidos por recalentar sus manos concluimos en que si ella continúa ascendiendo las posibilidades de tener congelaciones graves que signifiquen amputaciones en sus dedos son muy altas; en un principio, decidimos que los dos nos vamos a dar la vuelta: como un equipo... gracias al buen juicio de mi compañera consensuamos en que ella va a descender sola y yo voy a continuar el ascenso, la Carla es una montañera dura, ella sabe que no necesita de mi para descender y que a pesar de lo complicado de las condiciones, todos sentimos el llamado de la altura.

A mi mente viene el recuerdo de su mirada de preocupación al enterarnos pocas semanas antes del viaje, de que, por el error de uno de los miembros de la expedición, adquirimos la talla equivocada en su chaqueta de plumas para la cumbre; hoy, como solución a ese error ella está usando la misma que usó Iván en muchos de sus ochomiles, aunque estoy seguro que esa prenda está cargadísima de buena energía y definitivamente le queda mejor que la otra chaqueta, aún es demasiado grande y con este viento, ese error ahora está cobrando un precio muy caro; es una lección que nunca olvidaremos.

Nos damos un beso y después de unos metros regreso a ver como ella se regresa; cada vez que pienso en mi experiencia en el Everest, eso es lo primero que viene a mi cabeza: la frustración de ver como alguien que ama la montaña, con más pasión que la mayoría de montañistas que he conocido, recibe un mensaje muy duro de comprender.

08:00
Después del segundo escalón me reencuentro con Iván Vallejo y Rafael Cáceres, ellos me preguntan que donde está la Carla, a duras penas este maldito viento les permite escuchar lo que les explico, el Iván menea la cabeza frustrado por las condiciones pero al mismo tiempo entiende, él sabe muy bien que en estas montañas no se puede apostar con esas cosas.
Tratamos de recuperarnos juntos: nos damos ánimos y con gestos nos sugerimos ingerir algo; antes de comenzar el último tramo Iván decide darse la vuelta: él también está muy cansado, durante dos meses la montaña nos ha puesto a prueba con condiciones climáticas muy complicadas y hoy no es la excepción, y por supuesto está el hecho que después de diez y seis veces en una cumbre de más de ocho mil metros él sabe muy bien que su cumbre ya fue lograda.

Poco después de comenzar a caminar con el Chapico, me encuentro con Oswaldo que ya baja de la cumbre, me alegro mucho por él, pero también me entristece el ver que nuestro equipo no pudo mantenerse junto.  

11:00
Las últimas horas de ascenso me cuestan mucho, sé que tengo la energía suficiente para regresar sano y salvo pero al mismo tiempo tengo miedo de sentirme débil en un lugar como este, sé que debo confiar en el amor que tengo por las montañas, y continuar dando lo mejor de mí. Poco antes de la cumbre me detengo a hacer una toma de Rafael en sus últimos pasos antes de llegar, me siento satisfecho de que mi mente aún está lucida como para pensar en esos detalles y camino los últimos metros. Al llegar las emociones se mezclan en mi corazón, me siento alegre de estar en este lugar con un gran amigo, agradecido con la montaña por permitirme llegar a sus entrañas pero también estoy frustrado por el maldito viento que nunca se calla y por no estar aquí con la Carlita y el Iván.

26 de Mayo, 2013; Campo 3, 8.300m.

08:00
Ayer, Rafael y yo descendimos de la cumbre; luego de llegar al campo 3 a 8.300m decidimos quedarnos a pasar la noche y continuar con el descenso al día siguiente. A pesar de que una semana antes cuando consensuábamos entre todos el plan, decidimos que pase lo que pase todos descenderíamos al menos hasta el campo 2 (7.700m) después de la cumbre, la idea de descansar suena en nuestros oídos como el canto de una sirena, demasiado dulce como para negarse.
Cuando comenzamos el descenso sabemos que hoy debemos llegar al Campo Base.

19:00
Este es uno de esos días en los que los segundos parecen minutos, los  minutos parecen horas y las horas ya no tienen sentido. Llevo todo el día descendiendo de la montaña más alta del planeta, hace horas que las baterías de mi radio murieron y no he visto a mis compañeros lo suficiente como para saber que deben estar preocupados por mí. Cuando por fin cae la noche tengo la oportunidad de lanzar luces desde la arista norte hasta el fondo del valle, sé que ellos necesitan saber algo de mí. Me siento tranquilo al sentir que mi cuerpo, a pesar de estar muy cansado, aún está sano, y me reconforto con la lucidez de poder disfrutar del anochecer.
Poco después el Oswaldo sube desde el campo base un par de horas con la idea de rescatarme, mis compañeros no me han visto en las últimas horas y en algún momento incluso llegaron a pensar que había tenido un percance; siento su tranquilidad al verme entero, cruzamos un par de palabras y continuamos juntos el descenso. Le agradezco por su preocupación.


3 de Octubre, 2013; California, Estados Unidos.

Mientras la Carlita y yo compartimos una de nuestras cosas favoritas en la vida: un gran vaso de leche con galletas de chocolate después de un día de escalada, repasamos cada minuto de la escalada que acabamos de hacer. Hoy estuvimos escalando en roca todo el día y sentimos que nos merecemos este regalo, hace ya un mes que estamos en el “Imperio” y aún tenemos un mes por disfrutar; mientras comentamos lo hermoso que es sentir los cristales de granito en nuestros dedos mientras gozamos de un cálido otoño, viene a nuestra mente el recuerdo de la crudeza de las condiciones que vivimos meses atrás en el Himalaya, cada uno de nosotros vivió experiencias muy fuertes y diferentes en esos dos meses y sabemos que aún tenemos mucho por entender de esa experiencia. Cuando veo el brillo en sus ojos al hablar del Himalaya me doy cuenta de que algún día vamos a volver, que todavía tenemos una cuenta pendiente.

El Everest visto desde el Campo Base en China


Niños tibetanos de camino al campo base

Los integrantes de la expedición

El campo base avanzado

La ceremonia budista para pedir el favor de la montaña

Ivan Vallejo de camino al Campo 1

Escalera de camino al campo 1

Carla y yo en el Campo 2 (7.700m)

Vista de la cumbre a 8.600m

Topo en la cumbre del Everest


Como este montón de basura hay muchos otros; lo malo de muchas de las montañas mas hermosas del planeta, es que no todos lo que vamos, sabemos cuidarlas.